Aunque, por diversos motivos, entre los que se encuentra el fabuloso desarrollo técnico e industrial alcanzado en los útlimos poco más de doscientos años por los países desarrollados, muy ligado al gran auge y los éxitos del Método Científico basado en la concepción positivista de la realidad y del conocimiento, tendemos a no verla así, en esencia lo que denominamos como la propia existencia (de uno mismo) no es más que un conjunto de procesos y fenómenos psicofísicos que nos producen conciencia de la realidad, de uno mismo y del hecho de existir (tanto uno mismo como todo aquello que percibimos como realidad objetiva o externa a uno mismo y la propia mente).
Pero, debido al enorme peso que socialmente se hace de la primacía de la realidad objetiva sobre cualquier otro aspecto, nivel o matiz de la complejísima realidad "total" (primacía justificada, no sin razón, por los éxitos desde la Revolución Industrial en impulsar el desarrollo social, productivo y tecnológico, tan enfáticamente cultivados en la actualidad por encima de cualesquiera otros valores, quizás más centrados en el ser humano), tendemos a creer que la conquista de la felicidad y de una existencia mucho más plena, feliz y satisfactoria, es fruto casi exclusivamente de la acumulación de causas y condiciones objetivas (sociales, laborales, de propiedad de bienes de producción y de consumo, de habilidades personales sociolaborales -volcadas al exterior de uno mismo, por tanto- aprendidas o innatas, etc.).
Pero parece que algo muy básico se nos está quedando por el camino, ya que aunque el desarrollo tecnológico e industrial no para, la capacidad de cultivar una existencia cada vez más feliz no sigue esa tendencia, precisamente. Algo se nos está escapando en ese anhelado y necesario arte de cultivar con éxito una existencia más dichosa, plena, satisfactotia y feliz.