lunes, 2 de junio de 2014

Un principio fundamental (1).

Existe un principio básico que hay que tener en cuenta para poder realizar con éxito el arte de vivir más plena y felizmente, y que además justifica por completo la conveniencia (casi diría que la necesidad) de desarrollar el cultivo de la Atención Plena. Paso a exponerlo sin más preámbulo:

Debemos tener en cuenta que es imposible ser feliz y disfrutar de esa fascinante sucesión de experiencias encadenadas que es nuestra vida sin controlar nuestros pensamientos, de modo que estos "jueguen" a favor de que logremos experienciar esa plenitud y felicidad de base. 

Si dejamos a nuestra mente pensar a sus anchas, sin control alguno salvo cuando atendemos algún asunto obligatorio e inaplazable, nuestra existencia será emocionalmente imprevisible y caótica. 

Se parecerá a una montaña rusa fuera de todo control, lo que a la larga resulta siempre agotador y horriblemente frustrante, pues además, debido a la educación que hemos recibido y a las tendencias normales en nuestro mundo, de manera espontánea tenderemos a tener mayoritariamente pensamientos negativos que nos producirán toda clase de emociones dolorosas, casi nunca adecuadas para mejorar las situaciones que vivimos: miedo, angustia, ansiedad, ira, agresividad, tristeza, vacío, deseo de retornar al pasado (algo imposible por completo), deseos absurdos e irracionales pero obsesivos, etc. ¿Verdad que esa sensación de no tener control sobre nuestras emociones y sentimientos es muy común?


Nos sucede, en  realidad, algo muy similar a lo que sucedería en un jardín si lo dejamos "a su bola", de modo que en él crecerán junto con el cesped y las plantas ornamentales que deseamos disfrutar y que prosperen, toda clase de malas hierbas, en un caos y mezcolanza que al final arruina por completo nuestro bonito deseo y proyecto de un jardín limpio, bello y de nuestro agrado, que podamos disfrutar siempre que lo visitemos o, simplemente, lo contemplemos.

Olvidamos (o, en muchos casos, no sabemos, sin más) que las emociones vienen de alguna parte. No se generan espontáneamente de la nada, por puro azar o casualidad. Ni tampoco lo hacen de los acontecimientos "externos". 

Las emociones se generan y experimentan en y con la mente, no en algo exterior a nosotros mismos. 

Entre un acontencimiento o fenómeno externo a la propia mente y una emoción siempre media, nos demos cuenta de ello o no (lo que es demasiado frecuente en quienes no han desarrollado un mínimo de atención plena) un pensamiento o una rápida sucesión de pensamientos.

Y son estos pensamientos los que producen la cadena de sucesos psicofísicos que forman una emoción determinada, sobre todo aquellas más recurrentes en nuestra vida o las que perduran en el tiempo. 

No es el suceso externo lo que ha producido y fijado la emoción que sentimos casi inmediatamente después de haberlo "vivido", sino los pensamientos que, sin darnos casi ni cuenta, elaboramos o generamos a partir de ese suceso.

A eso se suman los innumerables pensamientos que tenemos en la mente a todas horas, en todo momento, lugar y circunstancia, normalmente surgidos sin atención y sin control alguno consciente.

Usando nuestra mente de este modo, sólo por casualidad nos sentiremos de vez en cuando felices, en paz y satisfechos con la vida o con lo que estamos viviendo en ese momento y lo achacaremos además, casi sin excepción, a lo sucedido, en vez de al contenido en esos momentos de nuestra mente, a los pensamientos que estamos teniendo, que, sin otra posibilidad, son en los momentos felices pensamientos positivos, bonitos, llenos de luz, de alegría de vivir, de amor, de gratitud o de cualquier otro tipo positivo.


Esa alegría, esa felicidad que sentimos en esos momentos, se desvanecerá con la velocidad del rayo en cuanto cambie el tipo de pensamientos para dar lugar a emociones acordes al tipo de pensamientos que ahora ocupan nuestra mente, normalmente sin nuestro permiso siquiera, pero siempre con nuestro pasivo consentimiento.

Por tanto, si queremos ser más felices y disfrutar más del transcurso de nuestra existencia (y no es poca cosa el existir teniendo esa maravillosa facultad que es la consciencia, la sensibilidad, que bien usada es un auténtico regalo lleno de hermosísimas posibilidades), no nos queda más opción que aprender a controlar el tipo de pensamientos que tenemos en cada momento, de modo que los pongamos a nuestro servicio para experienciar paz, alegría, satisfacción, plenitud y felicidad como estados emocionales de base.


(Experienciar felicidad, paz y satisfacción de manera constante y continuada es imposible; pero sí es posible que constituyan nuestro estado mental de base, al que regresamos nada más haber afrontado cualquier situación que requiriera o indujera en el momeno otro tipo de emociones).

Y, para ello, es básico que seamos capaces de notar conscientemente cuándo estamos pensando y qué tipo de pensamientos son los que en ese momento ocupan nuestra siempre activa mente.

Por ello, os propongo un simple ejercicio de atención plena (aunque no fácil -no nos engañemos, pues hay que poner esfuerzo y constancia en practicarlo, pero los frutos son posibles y van llegando con relativa rapidez-), consistente en "detectar" los pensamientos según surgen o inmeditamente después de que han surgido.

Nos sentamos cómodamente y con la espalda natural y relajadamente recta. La cabeza también natural y relajadamente recta, sin torcerla hacia los lados, ni dejarla caer hacia adelante o hacia atrás; en lo posible sin tensiones en las cervicales ni los hombros.

Los ojos cerrados o semicerrados y relajados.

La respiración tranquila, abdominal y sólo por la nariz (salvo que la tengamos taponada por algún motivo).

De hecho estamos sentados, simplemente respirando sin más durante un par de minutos (no hace falta que sean "de reloj", sino dos o tres minutos totalmente "subjetivos"). Así nuestro cuerpo y nuestra mente se serenarán.

A continuación, centramos nuestra atención en cómo el abdomen sube y baja (o sale y entra) al respirar: sube al tomar aire y baja al soltarlo (SIEMPRE por la nariz, salvo que ello nos resulte imposible, en cuyo caso lo haremos por la boca). 

Simplemente prestamos atención a los movimientos del abdomen y nos olvidamos del resto. Nada existe ahora sino los movimientos de nuestro abdomen al respirar sentados.

Cada vez que un pensamiento surja en nuestra mente, en el preciso instante en que nos damos cuenta de que eso ha sucedido y estamos pensando o a puntito de hacerlo, nos decimos mentalmente "pensando" y, acto seguido, volvemos nuestra atención al abdomen y sus movimientos, sin más, con total naturalidad y sin más comentarios ni complicaciones. Detectamos que estamos pensando (sea en lo que sea; eso da igual), nos decimos mentalmente "pensando" y volvemos a la atención a los movimientos del abdomen.

Lo practicamos durante unos cinco o seis minutos (ahora sí son de reloj, para lo que podemos ponernos un temporizador o cronómetro que nos avise con alguna música suave o sonido agradable de que el tiempo se ha cumplido) y, llegado el momento de terminar, salimos con suavidad y sin brusquedades del ejercicio.

Tras eso, procurando mantener la mente serena y lúcida gracias a lo practicado, podemos si lo deseamos ponernos a pensar sobre lo que hemos aprendido o descubierto al practicarlo, así como a simplemente sentir el cómo nos encontramos mental y físicamente ahí y en ese preciso momento.

Es recomendable practicar esto a diario o, al menos, dos o tres veces por semana, un par de veces cada vez (una, a ser posible, por la mañana y la otra en cualquier momento después del mediodía, entre la tarde y la noche).

En otras entradas próximas, compartiré con vosotros y vosotras lo que he aprendido y realizado en la vida diaria sobre qué tipos de pensamientos hay que evitar y cuáles hay que pensar en nuestra vida cotidiana para ser más felices y estar en paz, alegre y bien entonado como emociones de base en nuestra vida.

¡Hasta pronto!







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