Cada vez estoy más convencido de que la clave para entender qué es la Atención Plena y para desarrollarla en la vida cotidiana de cada uno (que es la única que, a fin de cuentas, tenemos y vivimos en realidad) se encierra en la respuesta a la pregunta que encabeza esta entrada que hoy os presento: ¿Seres sintientes o seres pensantes? ¿Qué somos en realidad?
Tradicionalmente, en el ámbito o "mundillo" de Vipassana, pero sobre todo en el Budismo Mahayana, se designa a los seres vivos con cierto grado de desarrollo de la consciencia como "Seres Sintientes" o "Seres Sensibles"; esto es, dotados de sensibilidad, de la capacidad (más o menos desarrollada) de "sentir", "notar" o "percibir" la realidad y de interactuar con ella sobre la base de esa sensibilidad. Y no olvidemos que las técnicas de Vipassana o Mindfulness (la Atención Plena) tienen sus orígenes en las prácticas budistas más primitivas u originarias, por lo que esta visión de los seres humanos como "seres sintientes" tiene una importancia capital en el desarrollo y comprensión de la Atención Plena.
En el caso del ser humano, a esa sensibilidad que hace de él un "Ser sintiente" o "sensible", se suma la capacidad de pensar, de elaborar pensamientos que, en principio, servirían para profundizar en la comprensión y el conocimiento de lo percibido sensorialmente (y también de lo deducido o conocido conceptualmente), así como en la manera más adecuada de interactuar con la realidad así percibida o conocida; pero, en todo caso, es a través de los sentidos que se producen las bases de la sensibilidad de la realidad.
Y digo "en principio" porque, a la hora de la verdad, lo más frecuente es que la actividad principal (y casi única) que ejercemos la mayoría de las personas es pasarnos el día elaborando pensamientos sin parar, de forma más compulsiva que otra cosa, de manera que caemos en una especie de trampa, pues como nuestra mente no puede atender a dos cosas simultáneamente, si está ocupada elaborando un pensamiento tras otro, en un inacabable y descontrolado diálogo interno, caótico y compulsivo las más de las veces (admitásmoslo), sus capacidades de percibir, de sentir la realidad y de sacar conclusiones cuerdas y acertadas, se resiente de forma considerable.
Así, cada pensamiento se apoya en el anterior y hace de soporte para el siguiente, en una frenética actividad encadenada que rarísima vez se ve interrumpida. Resultado: sólo vivo, con pocas excepciones, el curso de mis propios pensamientos, caóticos y compulsivos la mayor parte del tiempo.
Tradicionalmente, en el ámbito o "mundillo" de Vipassana, pero sobre todo en el Budismo Mahayana, se designa a los seres vivos con cierto grado de desarrollo de la consciencia como "Seres Sintientes" o "Seres Sensibles"; esto es, dotados de sensibilidad, de la capacidad (más o menos desarrollada) de "sentir", "notar" o "percibir" la realidad y de interactuar con ella sobre la base de esa sensibilidad. Y no olvidemos que las técnicas de Vipassana o Mindfulness (la Atención Plena) tienen sus orígenes en las prácticas budistas más primitivas u originarias, por lo que esta visión de los seres humanos como "seres sintientes" tiene una importancia capital en el desarrollo y comprensión de la Atención Plena.
En el caso del ser humano, a esa sensibilidad que hace de él un "Ser sintiente" o "sensible", se suma la capacidad de pensar, de elaborar pensamientos que, en principio, servirían para profundizar en la comprensión y el conocimiento de lo percibido sensorialmente (y también de lo deducido o conocido conceptualmente), así como en la manera más adecuada de interactuar con la realidad así percibida o conocida; pero, en todo caso, es a través de los sentidos que se producen las bases de la sensibilidad de la realidad.
Y digo "en principio" porque, a la hora de la verdad, lo más frecuente es que la actividad principal (y casi única) que ejercemos la mayoría de las personas es pasarnos el día elaborando pensamientos sin parar, de forma más compulsiva que otra cosa, de manera que caemos en una especie de trampa, pues como nuestra mente no puede atender a dos cosas simultáneamente, si está ocupada elaborando un pensamiento tras otro, en un inacabable y descontrolado diálogo interno, caótico y compulsivo las más de las veces (admitásmoslo), sus capacidades de percibir, de sentir la realidad y de sacar conclusiones cuerdas y acertadas, se resiente de forma considerable.
Así, cada pensamiento se apoya en el anterior y hace de soporte para el siguiente, en una frenética actividad encadenada que rarísima vez se ve interrumpida. Resultado: sólo vivo, con pocas excepciones, el curso de mis propios pensamientos, caóticos y compulsivos la mayor parte del tiempo.