De manera espontánea, lo que mejor y más manifiesta nuestra mente es dispersión; un torrente inagotable de pensamientos enlazados mediante asociaciones y saltos de unos a otros que no controlamos, con el impacto emocional que eso trae consigo, pues los pensamientos no son inocuos, sino que originan emociones, ya que nuestro cerebro no distingue fácil ni espontáneamente los acontecimientos reales o externos de los originados por su propia actividad pensante, reaccionando igual ante un tipo y otro de acontecimientos, ante la realidad objetiva y la puramente subjetiva, incluso aunque en el fondo sepamos de alguna manera cuál es cuál.
Da igual, la emoción ya ha surgido e impactado en nosotros. No es algo que podamos controlar o evitar; es un proceso automático y muy arraigado. Pensamientos y emociones van unidos como uña y carne; como causa y efecto.
Con esta premisa, uno de los efectos que se producen en nuestra vida es que tenemos enormes dificultades para decidir de forma plenamente voluntaria y consciente a qué atendemos en cada momento y para asignar a las experiencias y los requerimientos de nuestra vida cotidiana una perspectiva y una jerarquía adecuadas para vivirlas y afrontarlas de forma cuerda y favorable a nuestra felicidad y nuestras metas.
Unas experiencias y estímulos, así como ideas y pensamientos, se superponen o mezclan con otros, de modo que todo parece igual de real, urgente o importante. Un batiburrillo amorfo en que nada aparece completamente claro, pero que nos impulsa a la acción y a la emocionalidad de forma natural.
El propio ruido constante de nuestra actividad mental espontánea no permite que cada acontecimiento de nuestra existencia tome su lugar adecuado, viéndolo así desde una perspectiva poco clara o incorrecta. Con demasiada frecuencia, lo que más intensamente nos produce una determinada emoción en un momento determinado, se convierte, sin nuestro consentimiento, de forma automática, inadvertida, pero real y potente en lo más relevante de nuestra vida en ese momento, en el centro en torno al que se estructura nuestra vida en esos momentos.
Nuestras metas reales y conscientemente elegidas y elaboradas, han sido desplazadas por ese nuevo centro de atención, surgido de aquél batiburrillo mental y catalizado por las emociones intensas que conlleva. Y eso no es necesariamente acertado, racional ni favorable para que experimentemos felicidad y para que avancemos en nuestras metas verdaderas.
De la dispersión mental, brota dispersión en nuestras vidas; las cosas se nos tuercen, muy a nuestro pesar. Y lo peor es que, a menudo, creemos que la "culpa" de esto son nuestras emociones, una pretendida "incapacidad para controlar las propias emociones", llegando al extremo de sentirnos culpables o incapaces por sentir lo que sentimos cuando, según Vipassana, no es esa la causa. Algo tan bello y humano como nuestra capacidad de tener emociones, se ha convertido, por falta de perspectiva correcta, en algo "malo", denostado no pocas veces en numerosas filosofías, religiones y corrientes de pensamiento.
En mis clases, repito a menudo que lo único espontáneo en nuestra mente es la dispersión. Y, sobre esa base, malamente podemos vivir con suficientes paz, felicidad, eficacia y cordura.
Cierto que "tiramos para adelante" como buenamente podemos y nos las apañamos "aceptablemente" según los estándares de nuestra cultura, cada vez más necesitada, por cierto, de profesionales de la salud mental y emocional. Por tanto, la Atención Plena aquí y ahora, así como la felicidad, la plenitud, la salud emocional y la cordura no son espontáneas nunca; hay que cultivarlas; hay que hacer algo positivo para generarlas y mantenerlas en la vida cotidiana.
Si queremos tener una existencia feliz, plena y satisfactoria, hemos de responsabilizarnos de la actividad y funcionamiento de nuestra mente; no tenemos opción.
Renunciar a esa responsabilización conscientemente elaborada, es dejarnos en manos de la dispersión y de sus consecuencias, entre las que se encuentra la incapacidad más o menos desarrollada de ver los acontecimientos y experiencias de nuestra vida en su justa y adecuada perspectiva y en el lugar más apropiado para realizar nuestra felicidad y el cumplimiento de nuestras metas y objetivos. Hemos de responsabilizarnos, además de otros aspectos de la vida personal y social, en primer lugar de nuestros placeres y de nuestra felicidad y, por tanto, de nuestra propia mente.
Y la práctica habitual de Vipassana (aunque sea sólo un poquito de práctica formal cada día o varias veces por semana), es una herramienta poderosísima, sencilla y accesible para ir conociendo la propia mente y asumiendo un mayor control de su actividad, potenciando sus capacidades de concentración, estabilidad, serenidad de base y capacidad de vivir y de disfrutar en plenitud cada instante de nuestras vidas, cada "aquí y ahora" en que ella se presenta y se despliega.
Uno de los efectos más interesantes, de cara al propio bienestar, de la práctica formal de los ejercicios de Vipassana que aquí os voy presentando, es que consiguen que, de forma muy natural, las experiencias que impactan en nuestra mente y en nuestras emociones se van "colocando" en su sitio, tomando su posición e importancia relativas, al cambiar la perspectiva desde la que las observamos durante los ejercicios.
Durante los ejercicios de Vipassana (Plena Atención o Mindfulness), una parte de la mente se coloca en una posición en que observa, conoce y vive al mismo tiempo cuanto está sucediendo en la propia mente; se observa, se comprende y se conoce a sí misma al mismo tiempo que vive y experiementa con gran claridad e intensidad lo que sea que está sucediendo aquí y ahora, según está sucediendo, aconteciendo o desplegándose como experiencia propia.
Esa cualidad de la práctica formal de Vipassana, que yo denomino "generar la Mente Vipassana", se va manifestando gradualmente durante el desarrollo del ejercicio que estemos practicamdo en ese momento, de forma que la actividad mental se va calmando, ordenando, armonizando y, como consecuencia, la forma en que vemos y vivimos los acontecimientos de nuestra vida a partir de la generción de la Mente Vipassana se vuelve mucho más cuerda, sensata, lúcida, ordenada y placentera.
Y ese estado de mente se prolonga durante horas después de la práctica del ejercicio de Atención Plena.
En definitiva, la forma en que vivimos, experienciamos nuestra existencia e interactuamos con la realidad, cambia notablemente a mejor. Nuestra calidad de vida, mejora ostensiblemente... y de eso se trata. ¿No?
Practicad, por favor, los ejercicios que he descrito y propuesto hasta ahora en el blog, más los que voy a ir introduciendo (en la próxima entrada, describiré un ejercicio más avanzado para entrenar y generar la Mente Vipassana), sobre todo cuanto peor os encontréis mental o emocionalmente, perseverad en ello ante las resistencias iniciales de vuestra mente y vuestro cuerpo, y veréis cómo a cambio de ese pequeño esfuerzo habitual durante unos minutos, el estado de la mente cambia a mejor y, con él, vuestra eperiencia de la vida, que es lo que constituye, al fin y al cabo, la existencia: la propia experiencia de la realidad, de ese milagro que llamamos "vida" o "estar vivo"; porque... ¿Qué es "existir" sino el tener la capacidad de experimentar la realidad uno mismo, de "notarla" y "conocerla", de ser consciente en mayor o menor medida de la realidad e interactuar con ella?
Y todo ello, depende por completo del estado de tu propia mente. Responsabílizate felizmente de él; es posible y sencillo si sabes cómo hacerlo.
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