martes, 23 de junio de 2015

¿Viviendo la vida?

Normalmente estamos viviendo algo muchísimo menos real de lo que, en principio, creemos. 

No estamos viviendo "la vida"; ni siquiera "nuestra vida". Estamos viviendo, experimentando realmente, los contenidos de nuestra mente, aquello en lo que nuestra mente aplica su atención y demás funciones y capacidades en cada instante.

Damos por sentado que todo el contenido de nuestra mente y de nuestro pensamiento procede de la realidad, que se ajusta a ella con precisión casi perfecta o, al menos, muy aceptable. Después de todo, la mayoría nos las apañamos más o menos bien en la vida "real". ¿Verdad?

Pero... ¿Es así? ¿Nuestra mente está de verdad funcionando de la mejor manera posible para que gocemos de una vida mucho más plena, feliz, hábil, satisfactoria, sana, realista y eficaz?

Si somos sinceros con nosotros mismos y damos un vistazo al contenido de nuestra mente en cada momento, hemos de reconocer que normalmente la tenemos ocupada en un torrente inagotable de pensamientos, que se encadenan unos con otros y que sólo muy excepcionalmente corresponden de verdad a lo que está aconteciendo en este preciso momento y lugar, aquí y ahora, y requiriendo de nuestras mejores capacidades.





Incluso cuando estamos atendiendo a los requerimientos del momento presente, nuestra mente lo hace casi "en piloto automático", en medio de un montón de pensamientos y cháchara mental imparable, con sus oleadas de sentimientos y emociones descontrolados (percibidos como espontáneos e inevitables), que actúan todos como las interferencias en la radio o en la imagen del televisor, distorsionando la realidad hasta un punto mayor del que sospechamos y deteriorando, sin apercibirnos de ello, nuestra eficacia a la hora de manejar la realidad, que siempre está presente sólo aquí y ahora, no en el pasado ni en el futuro, ni en otro lugar que aquí.

En pocas palabras: casi todo el mundo está viviendo sus "películas mentales" y "comeduras de coco", en vez de "la vida", al menos la real, la verdadera, la que transcurre a cada instante ante nosotros mientras nuestra mente está "a lo suyo", teniendo la realidad como fondo de la escena en el mejor o menos malo de los casos.

Y ese hábito (porque sólo se trata de eso, de un hábito muy arraigado) no es inocuo, ni mucho menos, porque nuestro cerebro y, como consecuencia, nuestro organismo y todo lo que constituye nuestra persona, reacciona ante los contenidos mentales no procedentes de forma directa de la realidad objetiva exactamente igual que si se tratara de acontecimientos reales, en vez de puras creaciones conceptuales, creaciones de la mente.

Lo que pensamos en cada momento y el contenido de nuestra mente nos pasan factura, seamos conscientes de ello o no. Provocan emociones, nuevos pensamientos que se encadenan y suceden a velocidad vertiginosa y que influyen de forma poderosa e inevitable en cómo percibimos las cosas en cada momento, en las decisiones que tomamos y, en definitiva, en el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás, con el entorno y con toda la realidad.

Así pues, si queremos de verdad relacionarnos con la realidad de una manera más precisa, eficiente y despierta (lo que sólo nos puede traer ventajas, pues debemos, queramos o no, bregar con la realidad a fin de cuentas, en vez de con nuestras elucubraciones mentales), más nos vale entrenar a la mente para que sea capaz de estar de manera estable y a voluntad centrada en el momento y lugar presentes, único tiempo y lugar en que se desarrolla la realidad, la de verdad, no la imaginada (con mayor o menor acierto) por nuestra inquieta y siempre tan imaginativa mente. Entrenamiento necesario, pues la mente, de forma espontánea, casi nunca hará eso, salvo en casos de experiencias muy extremas o absorbentes; esto es, muy ocasionalmente y por breve tiempo.

Entrenemos, pues, nuestra mente en habituarse a prestar atención de manera consciente, cabal y estable a las experiencias que percibe (siempre las percibimos "en" o "con" ella) en cada instante, según se están produciendo, desplegando o desarrollando.

Este entrenamiento nos aportará una vida más plena, sabia, sensata, eficiente y consciente, además de no poca tranquilidad o paz mental, ya que las emociones responderán a las experiencias reales, en vez de a los innumerables pensamientos y "experiencias" que imagina nuestra mente a cada instante, provocando con ello un torrente imparable y descontrolado de todo tipo de pensamientos, sensaciones y emociones cambiantes, llevada por su función de estar siempre tratando de conocer o percibir algo, que para eso sirve, pues aborrece el vacío que, además, es incapaz de "percibir", por carecer (al menos en teoría) de todo contenido.

Para entrenarla en ese modo de percibir la realidad, de experimentarla con plenas atención y consciencia según se está produciendo, según la estamos viviendo, podemos realizar a diario (o, al menos, periódicamente y con frecuencia) la práctica "formal" de observar los movimientos del abdomen cuando respiramos, estando sentados en la postura descrita aquí.

Es una práctica extremadamente simple: con los ojos cerrados o semicerrados, dedicamos unos segundos o minutos a sentirnos sentados en la postura. Si la mente se aparta de ello, la volvemos a traer a sentir la postura, con total naturalidad, con suavidad y sin crispaciones o reproches.




Cuando notemos la mente algo más calmada y centrada, llevamos nuestra atención a percibir nuestra propia respiración. Somos conscientes de que estamos respirando y cómo lo estamos haciendo. Lo notaremos por los movimientos que origina el respirar en el pecho, el abdomen y otras zonas del cuerpo.

Respiraremos entonces por la nariz e hinchando el abdomen, en vez del pecho (respiración abdominal, en lugar de torácica).

Tras unos momentos sintiendo, observando o experimentando nuestra respiración, llevaremos la atención al abdomen, que sentiremos moviéndose al ritmo de la respiración; subiendo o hinchándose y bajando o deshinchándose alternativamente.

Prestaremos atención exclusiva esos movimientos, sintiéndolos y observándolos con la mente, con total atención, con verdaderas ganas de sentirlos y conocerlos de forma directa a plenitud.

Abrimos nuestros sentidos a la experiencia de los movimientos del abdomen (nuestros sentidos, no nuestra cháchara mental).

Percibimos, de forma directa y con la mayor cantidad de sentidos que seamos capaces de aplicar a esta experiencia, el alternarse de ambos movimientos del abdomen, captando todos los matices posibles según se están produciendo.

Si queremos, podemos llevar una mano al abdomen y posar la palma en el mismo, a medio camino entre el diafragma y el ombligo, lo que intensificará las sensaciones de movimiento y facilitará su experiencia con atención plena y exclusiva.

Estaremos practicando este simple ejercicio durante unos minutos, trayendo con suavidad la mente al abdomen cada vez que se aparte de él para ponerse a pensar, imaginar o quién sabe qué otra cosa... y lo abandonaremos, con suavidad, cuando notemos la mente más despierta, lúcida, clara y serena que al empezar a practicarlo.

Después, con la mente en un mayor estado ya de atención serena y clara al presente, procuraremos seguir el día viviendo cada instante con esa misma atención exclusiva a lo que estemos experimentando o haciendo según va aconteciendo. Curiosidad, fascinación y experiencia plena y directa de los acontecimientos y experiencias del día, que cobran nueva perspectiva, profundidad y riqueza.

De este modo, comenzaremos a entrenar a la mente en la atención plena al aquí y al ahora, en vez de al torrente imparable de pensamientos, emociones, recuerdos, imaginaciones, etc. que a cada instante está elaborando nuestra mente sin ton ni son, ni control alguno.

Así, si perseveramos, un día no lejano sí que comenzaremos a vivir mucho más la vida; la de verdad, no la virtual creada por nuestro constante "run-run" mental. Y, quizás, nos sorprenda cuánta riqueza tiene la vida para ofrecernos y para compartirla con los demás.





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