viernes, 3 de julio de 2015

Un principio fundamental (2).

En esta entrada del blog, que publiqué el 2 de Junio del año pasado, decía que es imposible ser feliz sin tener control sobre nuestros pensamientos, ya que es de ellos de los que, a fin de cuentas, proceden las emociones que experimentamos, en vez de hacerlo, como solemos creer erróneamente, de forma directa de los acontecimientos que vivimos. 

Entre un acontecimiento vivido y la emoción que le sigue, sea esta cual sea, siempre media un pensamiento o una sucesión de pensamientos con contenidos concretos, que son los que originan el conjunto de reacciones psicofísicas que conocemos como emociones.

Dicho con otras palabras: cómo nos sentimos ante los acontecimientos de nuestra vida, o ante la vida misma en general,  depende del "diálogo interno" que elaboramos (no siempre de manera consciente y, casi sin excepción, sin control efectivo alguno por nuestra parte) al respecto, de cómo "digerimos" o "procesamos" nuestras experiencias, dándoles mediante ese "diálogo interno" o "cháchara mental" el sabor o regusto final con que las vivimos cada vez que las evocamos o reflexionamos sobre ellas. 

De este modo, "completamos" cada experiencia con diversos contenidos conceptuales y emocionales que añadimos a las experiencias "desnudas" o directas (percibidas por el sistema de percepción humano), a las que sumamos, de manera prácticamente automática, toda una serie de pensamientos y reflexiones, en teoría para ayudarnos a comprender y procesar dichas experiencias. Pero en la práctica, no todo funciona tan bien y tan favorablemente para nosotros, para nuestro equilibrio emocional y el correcto aprendizaje a partir de lo vivido, ya que lo que solemos hacer es cargarnos con toda una serie de emociones y sensaciones que no siempre actúan a favor de nuestra felicidad y capacidad de manejar los asuntos de nuestra vida de forma favorable y constructiva.

En definitiva, sin control sobre nuestros pensamientos nos creamos un buen montón de problemas y sufrimientos totalmente inútiles y mucho más evitables de lo que solemos creer.



Por ejemplo, cuando una persona nos hace algo que nos desagrada, ese desagrado es completamente real durante el tiempo en que dura su acción. A partir de ese momento, el desagrado ya no tiene su origen real en la acción que nos molestó, pues se trata ya de una recreación puramente conceptual, mental, de lo acontecido. Se trata ya de una reelaboración mental en que se mezclan, en proporciones y combinaciones muy diversas, recuerdos de las impresiones sensoriales con conceptos, pensamientos y emociones elaborados a partir de dicha experiencia, a posteriori (algunos de ellos tan sólo una fracción de segundo después de la recepción sensorial de la experiencia vivida) y que se han "sumado" a la experiencia "desnuda" o directa.

Cuando la evocamos o, simplemente, la "rumiamos" en nuestra mente, esa experiencia ya aparece dotada de todos esos añadidos, que le dan la forma y el sabor finales con los que se incorporan a nuestros contenidos mentales y emocionales.

En cualquier caso, siguiendo el ejemplo que puse antes, según las circunstancias y el tipo de relación que nos ligue a esa persona cuyas acciones nos desagradaron, pueden ser perfectamente lícitas diversas conductas y respuestas por nuestra parte, como, por ejemplo, el manifestar nuestro malestar de forma asertiva a esa persona, con el fin de evitar la repetición de hechos semejantes en el futuro; o el alejarse de la presencia de dicho individuo, para poner distancia de la fuente de nuestro disgusto; o el ignorar lo acontecido en cuanto ha cesado el comportamiento que nos desagradó; etc.

Pero hemos de reconocer que son muy pocas las personas capaces de ese tipo de respuestas y de seguir luego su vida sin más molestias al respecto. Es demasiado frecuente que una experiencia de esa clase nos amargue el resto del día o, cuanto menos, por un buen rato (a veces, hasta varias horas) después de haber sucedido, llegando incluso a anular hasta quién sabe cuándo cualquier otro tipo de emoción más positiva, agradable y favorable que tuviéramos antes de pasar por esa experiencia desagradable.

Pero... ¿Es la experiencia en sí de la conducta desagradable de la otra persona lo que nos ha "amargado" el día? ¿Seguro? ¿O lo es, más bien, todo lo que, a partir de ella, nos empezamos a decir y la forma en que la evocamos y damos vueltas, a menudo de forma casi obsesiva o compulsiva, una y otra vez?




Del mismo modo, hagamos esas mismas preguntas referidas a una experiencia agradable; por ejemplo, cuando alguien a quien amamos y valoramos muy especialmente nos dice el buen aspecto que tenemos hoy, o que nos quiere mucho, o nos felicita por algo que hemos hecho.

Una vez que el merecido o apreciado elogio ha pasado, ¿Qué es lo que nos hace sonreir, estar felices y sentirnos de maravilla durante un buen rato, horas o incluso varios días? ¿El elogio en sí, que como mucho duró unos minutos, o los pensamientos que elaboramos al recordarlo y evocarlo, quizás también de manera casi obsesiva o compulsiva, dándole agradabilísimas vueltas una y otra vez?

Y añadamos otra pregunta: ¿Cómo afrontamos los retos del día en cada uno de esos dos casos? ¿Qué resultados obtuvimos de nuestras acciones en cada caso?

Es muy importante ser muy honrado, sincero y honesto a la hora de contestar a esas preguntas, pues de otro modo nos engañaríamos y nos negaríamos una solución posible, real y efectiva al sufrimiento inútil que nos causamos a diario en numerosas ocasiones.

La solución, muy simple (pero no por ello fácil de aplicar. Requiere voluntad aliada a entrenamiento, práctica continuada y disciplina  hasta llegar a aplicarla de manera casi "automática" e instantánea), consiste en ser conscientes de qué tipo de pensamientos estamos teniendo y que nos causan esas diferentes emociones y sus consecuencias, bien positivas o favorables o bien negativas o desfavorables para nuestro bienestar, salud y felicidad.

En esta ocasión, os voy a pedir que, a partir de ahora, no déis por sentado que "es normal que me sienta así o asá por lo que me pasó hace un rato o me pasará, probablemente, mañana", sino que examinéis (sobre todo cuando os sintáis emocionalmente mal) qué os estáis diciendo en vuestro interior; qué pensamientos concretos estáis teniendo, y luego comprobéis si es posible sentirse de otra manera diferente con ese diálogo interno que estábais sosteniendo respecto a lo que fuera aquello en lo que estábais pensando u ocupando vuestra mente.

A continuación, pasad a pensar en otra cosa diferente, agradable, o simplemente concentrad vuestra atención en los movimientos del abdomen al respirar, y observad el cambio que, al cabo de un ratito, se opera en vuestro estado de ánimo, en vuestras emociones y estado mental.

Las emociones dependen de los pensamientos que elaboramos a partir de las experiencias que tenemos, que dependen a su vez, entre otros factores, de en qué estemos aplicando nuestra mente, pues eso, aquello en lo que estamos ocupando nuestra mente en este preciso instante, es exactamente lo que percibimos o "experienciamos" en cada momento.

La práctica asidua y correcta de la Atención Plena (que se aplica a las expriencias según acontecen y las vamos experimentando), entrena a la mente para que, progresivamente, desarrolle, entre otras muchas, la capacidad de detectar cada vez más rápidamente y con mayor precisión, entre otras cosas, qué tipo de pensamientos están surgiendo en nuestra mente cuando aún no se han "asentado" en ella, o qué tipo de emoción estamos desarrollando y "rastrearla" hasta los pensamientos que la están originando, cortando, cuando nos resulte conveniente y beneficioso, con el proceso por el cual nos quedamos "atascados" en una experiencia ya vivida, con sus correspondientes emociones, totalmente fuera del tiempo y lugar presentes e influyendo con ello en cómo vemos la realidad  y en cómo nos sentimos y nos relacionamos con ella aquí y ahora.

En los textos y enseñanzas budistas sobre la mente y sobre la Atención Plena (Vipassana o Mindfulness), se dice que la mente toma las cualidades del objeto en que se "fija" u observa en cada momento.

No lo ovidemos, pues es una clave fundamental para entender la enorme utilidad de entrenar y "domar" la cualidad de la atención con el fin de lograr una vida mucho más plena, feliz y satisfactoria.

En entradas próximas, compartiré en este blog algunos ejercicios de Vipassana que nos entrenarán para ir desarrollando atención plena y lúcida a los contenidos de nuestra mente según van "apareciendo" en ella.

¡Hasta muy pronto!





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