Hace unos días, durante una conversación con una amiga, ésta me planteó esta pregunta, más o menos: "¿Qué tiene de bueno eso de distanciarse de las cosas al meditar?"
Es una pregunta que, en mi opinión, parte de un malentendido que temo es muy frecuente entre quienes se están aún acercando a la Atención Plena, entre quienes la "estudian" desde fuera, como un mero objeto de estudio o, incluso, entre quienes la contemplan como un método de ayuda psicológica para superar momentos de dificultades en la vida. Y, si bien es cierto que Vipassana ayuda a adquirir una actitud mucho más sana ante la existencia, su objetivo no es ayudar a "distanciarse" de las emociones ni de las experiencias dolorosas o desagradables, haciéndolas así más soportables.
Cierto que el desarrollo de lo que denomino "mente Vipassana", de la Atención Plena, trae consigo una mayor capacidad para afrontar todas las experiencias (no sólo las dolorosas o desagradables) con una actitud mucho más cuerda, sana y positiva, y la consiguiente reducción o incluso erradicación de todo sufrimiento inútil, pero eso no es porque nos entrene, ni muchísimo menos, para saber "distanciarse" de las cosas, de las experiencias, las emociones, etc., lo que equivaldría a distanciarse de la vida, de nuestra propia vida y de nuestra naturaleza humana, de por sí apasionada y emocional, y no sólo racional.
Eso de abstraernos y distanciarnos de las cosas "reales" ya lo hacemos de forma magistral con nuestra mente ordinaria, abandonada a su caótica actividad espontánea.
Eso de abstraernos y distanciarnos de las cosas "reales" ya lo hacemos de forma magistral con nuestra mente ordinaria, abandonada a su caótica actividad espontánea.
Para escapar de la vida, de la realidad, no hemos de hacer nada extraordinario; tan sólo basta con dejar la mente en su estado habitual: la dispersión continuada, quebrada sólo en momentos puntuales y de manera, demasiado frecuente, involuntaria, tal como ya expliqué en esta entrada anterior. La
realidad queda entonces como "de fondo", como una fantasmagoría tras
una espesa cortina de "comeduras de coco" constantes y compulsivas.