martes, 30 de agosto de 2016

¿Distanciarse de las cosas?

Hace unos días, durante una conversación con una amiga, ésta me planteó esta pregunta, más o menos: "¿Qué tiene de bueno eso de distanciarse de las cosas al meditar?

Es una pregunta que, en mi opinión, parte de un malentendido que temo es muy frecuente entre quienes se están aún acercando a la Atención Plena, entre quienes la "estudian" desde fuera, como un mero objeto de estudio o, incluso, entre quienes la contemplan como un método de ayuda psicológica para superar momentos de dificultades en la vida. Y, si bien es cierto que Vipassana ayuda a adquirir una actitud mucho más sana ante la existencia, su objetivo no es ayudar a "distanciarse" de las emociones ni de las experiencias dolorosas o desagradables, haciéndolas así más soportables.

Cierto que el desarrollo de lo que denomino "mente Vipassana", de la Atención Plena, trae consigo una mayor capacidad para afrontar todas las experiencias (no sólo las dolorosas o desagradables) con una actitud mucho más cuerda, sana y positiva, y la consiguiente reducción o incluso erradicación de todo sufrimiento inútil, pero eso no es porque nos entrene, ni muchísimo menos, para saber "distanciarse" de las cosas, de las experiencias, las emociones, etc., lo que equivaldría a distanciarse de la vida, de nuestra propia vida y de nuestra naturaleza humana, de por sí apasionada y emocional, y no sólo racional. 

Eso de abstraernos y distanciarnos de las cosas "reales" ya lo hacemos de forma magistral con nuestra mente ordinaria, abandonada a su caótica actividad espontánea.

Para escapar de la vida, de la realidad, no hemos de hacer nada extraordinario; tan sólo basta con dejar la mente en su estado habitual: la dispersión continuada, quebrada sólo en momentos puntuales y de manera, demasiado frecuente, involuntaria, tal como ya expliqué en esta entrada anterior. La realidad queda entonces como "de fondo", como una fantasmagoría tras una espesa cortina de "comeduras de coco" constantes y compulsivas.


lunes, 15 de agosto de 2016

Plena Atención desde los movimientos del abdomen al respirar (1)

La Atención Plena a los movimientos del abdomen al respirar (en Vipassana y en Samatha, se suele respirar -salvo en muy contadas excepciones- por la nariz y de forma abdominal, en lugar de torácica), constituye para mí la base de prácticamente todos los ejercicios de desarrollo de la Atención Plena; base sobre la que, en el cultivo de Vipassana que practico y enseño, se va desarrollando una atención cada vez más fina, abierta y receptiva a un número creciente de fenómenos y experiencias de la realidad, tanto durante la práctica formal, como en la vida cotidiana.

Digamos que la postura que adoptamos en la práctica formal (para conocerla, consultad esta entrada del blog), junto con los movimientos del abdomen al respirar en ella, son "el aparato de musculación" principal que uso y enseño para ejercitar, desarrollar y fortalecer la capacidad de Atención Plena a las experiencias aquí y ahora, en el preciso instante en que se están teniendo o viviendo. Por este motivo, esta primera descripción y explicación de este ejercicio tan importante y fundamental será algo larga y detallada. Su ejecución será sencilla. Lo prolijo es la explicación, no la práctica, que os animo a emprender de forma regular; diariamente si pudiera ser.

Ellos dos: postura del cuerpo y abdomen moviéndose con la respiración, son "la casa" o el "objeto de base" en que posamos la atención en la mayoría de mis ejercicios de Vipassana. Y desde esa "casa", la capacidad de atención percibe o, incluso, "sale a percibir" y a vivir el resto de experiencias con una lucidez creciente a medida que se progresa en la ejercitación. Y siempre la atención vuelve "a casa" tras percibir y vivir con lucidez una experiencia determinada. De este modo, se ejercitan simultáneamente la capacidad de atención y la capacidad de dirigirla o controlarla a voluntad cada vez mejor y con menor esfuerzo.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Cuestión de perspectiva.

De manera espontánea, lo que mejor y más manifiesta nuestra mente es dispersión; un torrente inagotable de pensamientos enlazados mediante asociaciones y saltos de unos a otros que no controlamos, con el impacto emocional que eso trae consigo, pues los pensamientos no son inocuos, sino que originan emociones, ya que nuestro cerebro no distingue fácil ni espontáneamente los acontecimientos reales o externos de los originados por su propia actividad pensante, reaccionando igual ante un tipo y otro de acontecimientos, ante la realidad objetiva y la puramente subjetiva, incluso aunque en el fondo sepamos de alguna manera cuál es cuál. 

Da igual, la emoción ya ha surgido e impactado en nosotros. No es algo que podamos controlar o evitar; es un proceso automático y muy arraigado. Pensamientos y emociones van unidos como uña y carne; como causa y efecto.

Con esta premisa, uno de los efectos que se producen en nuestra vida es que tenemos enormes dificultades para decidir de forma plenamente voluntaria y consciente a qué atendemos en cada momento y para asignar a las experiencias y los requerimientos de nuestra vida cotidiana una perspectiva y una jerarquía adecuadas para vivirlas y afrontarlas de forma cuerda y favorable a nuestra felicidad y nuestras metas. 

Unas experiencias y estímulos, así como ideas y pensamientos, se superponen o mezclan con otros, de modo que todo parece igual de real, urgente o importante. Un batiburrillo amorfo en que nada aparece completamente claro, pero que nos impulsa a la acción y a la emocionalidad de forma natural.

El propio ruido constante de nuestra actividad mental espontánea no permite que cada acontecimiento de nuestra existencia tome su lugar adecuado, viéndolo así desde una perspectiva poco clara o incorrecta. Con demasiada frecuencia, lo que más intensamente nos produce una determinada emoción en un momento determinado, se convierte, sin nuestro consentimiento, de forma automática, inadvertida, pero real y potente en lo más relevante de nuestra vida en ese momento, en el centro en torno al que se estructura nuestra vida en esos momentos. 

Nuestras metas reales y conscientemente elegidas y elaboradas, han sido desplazadas por ese nuevo centro de atención, surgido de aquél batiburrillo mental y catalizado por las emociones intensas que conlleva. Y eso no es necesariamente acertado, racional ni favorable para que experimentemos felicidad y para que avancemos en nuestras metas verdaderas. 



¿Seres sintientes o seres pensantes?

Cada vez estoy más convencido de que la clave para entender qué es la Atención Plena y para desarrollarla en la vida cotidiana de cada uno ...