La vida es compleja. En ella suceden tantas cosas simultáneamente... En nuestra mente, en el entorno, en otras personas, en otros lugares... No hay un solo instante de vacío, en el que algo no esté sucediendo en alguna parte; en todas, en realidad; todo en perpetuo cambio, en constante movimiento, siendo cada "cosa" lo que es tan solo un instante para, inmediatamente, dejar su lugar a algo total o parcialmente distinto, que sirve de base y de condición para que surjan otras "cosas" tan sólo un instante; y así sin principio ni final aparente.
Lo único que parece ser mínimamente estable es que, mientras vivimos, vamos percibiendo, conociendo y experienciando muchas de las cosas que suceden en cada instante, que por más numerosas y diversas que sean, son tan solo una ínfima fracción de la totalidad de fenómenos que acontecen en la realidad en cada momento y lugar. Sólo se trata de la pequeña porción de realidad que percibimos como individuos dotados de mente o de consciencia.
Mientras existimos, esa capacidad nos acompaña siempre; más o menos desarrollada; más o menos lúcida; más o menos deseada o sentida, ya que tampoco ella es permanente ni estable y varía de un instante a otro; pero, de un modo u otro, mientras existimos, está ahí, como nuestra compañera más inseparable, incluso cuando ante un dolor abrumador desearíamos que desapareciera al menos por unos instantes, unas horas o unos días, quizás.
Nuestra mente no para de percibir porciones de realidad (objetiva y subjetiva) ni siquiera en el sueño profundo ni, parece ser, tampoco en los estados de "inconsciencia" por profundos que parezcan ser vistos por un observador desde fuera. Salvo que se demuestre lo contrario, parece ser que sólo cesa por completo con la muerte; aunque, por motivos que no vienen al caso en este blog, yo creo que nunca desaparece para siempre y termina por resurgir, de un modo u otro, con una infinidad de formas diferentes; quizás un poco como el Ave Fénix. Pero esa es otra historia.